Hay un dicho que reza "la araña es poderosa, no por su cuerpo, sino por la red que teje". A menudo escuchamos, a veces de familiares, o hasta de jueces, que los que han caído en una secta han ido allí por voluntad propia. Cualquiera puede ver que no les han puesto una pistola en la cabeza para acudir allá a donde le reformaron su personalidad y lo motivaron a cortar el contacto con su mundo, convirtiéndolo en una marioneta a los designios del gurú de turno.
Un rasgo común de la gente que tropieza con una secta es que tienen algún tipo de inquietud vital que les motiva a buscar algo con lo que mejorar su situación; a veces es algún vacío espiritual que buscan llenar, otras alguna manera de trascender, o de superar una enfermedad, o simplemente encontrar algo de estabilidad en un entorno de cambios sociales o personales. La casuística es tan dispar como el contexto de cada persona motivada para explorar nuevos horizontes.
Esto lo conocen muy bien los grupos coercitivos. Es aquí donde entra en juego lo cuidadoso del tejido de su tela de araña, buscando los lugares de paso típicos que sus particulares moscas usarán de camino a encontrar su comida, o acaso algún otro bicho extraviado o pizpireta que tuviera la desgracia de pasar por allí. Se anunciarán bajo ciertos términos en Internet, dejarán caer su existencia en redes sociales en grupos afines a esas inquietudes, quizá irán casa por casa para probar suerte, se esconderán bajo la apariencia de ayuda al necesitado...
Igual que esa mosca no ha buscado engancharse en la tela de araña, aunque volara hacia allí aparentemente por su total voluntad, tampoco el adepto está preparado para lo que va a encontrase de camino a lo que cree su objetivo inicial. Una vez se ha cruzado con la red tejida por el grupo, se quedará pegado a ella, atrapado por el bombardeo de amor, la presión de pares y otras muchas técnicas de las que hablaremos en futuros artículos, e inutilizado por el veneno que el gurú inyectará en su sistema una vez desmanteladas sus defensas.
Ningún captado busca voluntariamente que se le esclavice mentalmente, por mucho que después defienda a ultranza que está en ese grupo porque quiere. Si se le hubiera planteado abiertamente el destino que iba a correr antes de quedar atrapado, antes de perder a sus seres queridos, sus amistades, a menudo su dinero, no pocas veces su trabajo e incluso, en ocasiones, su propia vida, esa persona jamás hubiera querido seguir el camino.
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